lunes, 6 de septiembre de 2010

«Vercoquin y el plancton» de BORIS VIAN en LA RAZÓN


Os presentamos este magnífico artículo sobre
Boris Vian publicado en La Razón por Toni Montesinos el 6 de septiembre, con motivo de la edición de su primera novela Vercoquin y el plancton, por primera vez en España, seguido de una reseña sobre Vian y el jazz por Javier de Cambra.



Boris Vian sin vergüenza

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La publicación en español del debut literario del escritor, Vercoquin y el placton (1947), retrata una época efervescente: música, alcohol y la noche con el sello del absurdo.
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El escritor humorístico, el músico amigo de los grandes del jazz, el poeta travieso que concibe versos a modo de divertimento, el provocador inofensivo que fue Boris Vian, ya aparece en potencia en su primera novela, de la que ahora por fin aparece una traducción, Vercoquin y el plancton (1943). Según el mismo autor, perdón, el individuo que firma el «Preludio», un tal Bison Ravi –Vian era aficionado a firmar algunas de sus creaciones con seudónimo–, se trata de una «obra magistral» que no es de carácter realista por cuanto no es verdad todo lo que se cuenta, como no lo es, según insinúa, ninguna obra asignada a la corriente del Realismo, cualquiera por ejemplo, de Émile Zola.

Así, en apenas una página, Vian ya adelanta lo que va a ser su actitud frente al arte: algo muy serio que se toma a broma. Igual que la vida, como se aprecia en su libro póstumo «No me gustaría palmarla», que la editorial Demipage publicó el año pasado. Allí, Vian gustaba de los juegos verbales, de la ironía para consigo mismo, de un espíritu infantil que nunca se separó de sus escritos y que hoy, a nuestros ojos, lo han convertido en un preciado raro, en un entrañable maldito, en un genio simpático que en su momento, y como no podía ser de otra manera, fue incomprendido e incluso denostado por la crítica solemne e inmisericorde. El Mayor (personaje que volverá a aparecer en otras de sus obras), para celebrar sus veintiún años está preparando una «surprise-party» en su mansión de las afueras de París. Espera la llegada de Zizanie de la Houspignole, que viene acompañada de un tipo que ha conocido pocos días atrás, Fromental de Vercoquin. Enseguida todos se ponen a bailar, ocasión para que se sucedan diálogos disparatados y descripciones jocosas. Vian, como en su texto más conocido, La espuma de los días (1946), da rienda suelta a su verbo ágil y sin complejos narrativos, y hace de la realidad cercana –en su caso, el jazz, la sociedad francesa, los métodos de seducción del Mayor y de su ayudante, Antioche Tambretambre, bebedor y donjuán– un pretexto para escenificar el absurdo.


El baile y el absurdo

Habrá una segunda «surprise-party» y un enamoramiento, y todo a partir de una constante parodia-recreación de los hábitos de una clase social que vivió lo mejor y lo peor en aquel periodo: la guerra y ocupación alemanas, y la efervescencia de la música, del alcohol y la noche. Un tiempo que marca el apogeo de Vian, pues en los años cuarenta se licencia en ingeniería y publica sus títulos más llamativos bajo seudónimo: en 1947, Escupiré sobre vuestra tumba –que firma con el nombre de un escritor negro estadounidense que se inventa, Vernon Sullivan, novela que será censurada por su contenido violento y sexual y que le hará sufrir juicios y la reacción airada de los críticos literarios– y Todos los muertos tienen la misma piel, y, en 1948, Que se mueran los feos y Con las mujeres no hay manera. Pero no sólo habrá un Vian ingeniero y un Vian narrador, un Vian que se relaciona con la crema de la intelectualidad francesa (Sartre, Camus) y un Vian trompetista que llega a intimar con figuras como Duke Ellington (padrino de su hija), Miles Davis y Charlie Parker; hombre curioso y vital, pese a que una enfermedad en su infancia marque una salud quebradiza y lo lleve a una muerte precoz, en los cincuenta Vian se enrola en proyectos diferentes tras percibir que su narrativa sólo le acarrea sinsabores: escribe una ópera titulada El caballero de las nieves y graba un disco que también le deparará disgustos, pues una de sus canciones se posicionaba en contra del servicio militar en una etapa complicada para Francia en sus relaciones con Argelia. Además, hace de actor en varias películas mientras ocupa el cargo de director artístico de la compañía discográfica Philips.

Este es a grandes rasgos el camino que anduvo Boris Vian, al que le sorprendió un ataque cardiaco, a los 39 años, mientras veía la adaptación de Escupiré sobre vuestra tumba en un cine cercano a los Campos Elíseos, el 23 de junio de 1959. La literatura de Vian, que se apartó de la creación literaria para ganarse la vida traduciendo obras de novela negra, no hallará juicios intermedios: el lector quedará entusiasmado por la extravagancia de sus relatos o el desenfado de sus poemas, o bien esa misma estética de encumbrar el surrealismo lo deje tan desconcertado que abandone la lectura, receloso por comprobar cómo determinadas rarezas pueden obtener prestigio artístico. Eso mismo puede ocurrir con Vercoquin y el plancton, y a la vez, todo buen conocedor literario no podrá por menos que estar de acuerdo con Julio Cortázar que, en un texto de 1979 dedicado al escritor y cineasta Gonzalo Suárez, hablaba de éste como de un hombre de «inteligencia irónica», que experimentó una «marginalidad deliberada allí donde la gran mayoría trabaja full-time»; de tal forma que, para que se vieran con mayor claridad estas virtudes, el argentino comparaba tales rasgos con la trayectoria de Boris Vian.


Con Moreau el Les liaisons dangereuses (1959)


Inutilidad en verso

Un carácter marginal que se materializa en el Colegio de Patafísica de cuya Subcomisión de las Soluciones Imaginarias fue presidente Vian y que, fundado en 1948, venía a ser contrapunto hilarante de las academias de arte y ciencias de París. Así, basándose en las ideas vanguardistas del poeta y dramaturgo Alfred Jarry (1973-1907), los patafísicos crearon esta «ciencia de las soluciones imaginarias» que ponía el Absurdo como fundamento prioritario y que venía a ser, en suma, una «Sociedad de Investigaciones Eruditas e Inútiles». Y eso fue la literatura para Vian, búsqueda exquisita y grave, hallazgo del arte por el arte, sabrosa inutilidad en forma de versos, cuentos y novelas que, una vez pasado el tiempo, fuera de su contexto original, se ha aupado en los altares de la literatura más traducida, valorada y hasta idolatrada.


Saint-Tropez, devoir de vacances (1952)


Un guionista inadaptable que también fue actor

Vian, prolífico guionista de cine, actuó en el documental Saint-Tropez, devoir de vacances, en Nuestra señora de París, sobre la novela de Victor Hugo donde interpretaba a un cardenal, en el cortometraje cómico Joconde (Palma de Oro en Cannes en 1958) y en Liaisons dangereuses, adaptación del libro de Choderlos de Laclos. Además, se adaptó su novela Escupiré sobre vuestra tumba y, ya muerto el autor, se llevaron a la gran pantalla La espuma de los días (una producción gala y otra japonesa, ambas de dudosa calidad), la novela La hierba roja y el relato Madison Blanca.Y aun así, la opinión generalizada es que las obras de Vian son inadaptables al lenguaje fílmico. Así lo expresó Charles Belmont en 1968, que debutó como director de cine con su fallida adaptación de La espuma de los días. Ha habido más intentos, pero todos mediocres, excepto el del cuento El lobo-hombre, concebido en forma de corto mudo de animación. Y quizá éste sea el modo certero de interpretar a un hombre como Vian: con silencio y en dibujos animados.


Pierre Kast le dirigió en Le bel age (1960)




EXPRESARSE EN JAZZ
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de JAVIER DE CAMBRA


En sus cuarenta años de existencia, Boris Vian lanzó su talento, genio e ingenio a todos los horizontes. Ingeniero, inventor, pintor, actor, agitador radiofónico, libretista de óperas, sátrapa del Colegio de Patafísica, trompetista, cantante, novelista, compositor de canciones, autor de novelas negras rigurosamente americanas con la firma de Vernon Sullivan, alma de un barrio, Saint-Germain-des-Prés, que, en su reinado, era el alma de París... En esta incesante actividad abordó todo espacio para sorprender en cada uno de ellos.

Si Oscar Wilde pudo jactarse de que en sus obras tan sólo había depositado su talento, mientras guardaba el genio para el arte de la vida, Boris Vian tuvo en el jazz su mayor pasión, su verdadera patria, su razón nada secreta. Así lo expresó con toda rotundidad en el prólogo a La espuma de los días: «Tan sólo dos cosas valen verdaderamente la pena: la música de Nueva Orleans y de Duke Ellington y cualquier forma de amor con bellas muchachas». Y su continuo cómplice e intérprete de muchas de sus canciones, Henri Salvador, atestiguó: «Boris Vian estaba enamorado del jazz, no vivía más que para el jazz, no escuchaba, no se expresaba más que en jazz».

«Sólo dos cosas valen la pena:
la música de Nueva Orleans y
Duke Ellington», dejó escrito.


Cuando Vian entrega a la imprenta Vercoquin y el Plancton en 1946, cuenta entre sus posesiones más preciadas con el carné de miembro del Hot Club de Francia fechado en 1937. Apenas tenía entonces diecisiete años. Había tocado la trompeta en las orquestas de Claude Léon y Claude Abadie y es en el mismo año de 1946 cuando inicia sus colaboraciones en la revista de referencia en Francia, Jazz Hot. Cuatro años más tarde, en 1950, se ve obligado, por prescripción facultativa, a dejar de soplar su trompeta de bolsillo o «trompineta», en su propio diccionario.


Pero desde entonces y hasta el final de sus días, Vian no se perderá un sólo concierto valioso en el París de la era de los clubes de jazz, de las «caves», ni del festival de verano en Niza. Y en una decena de publicaciones dejó las más bellas crónicas acerca de la música de su vida. En sus Escritos sobre el jazz (traducción al castellano en Ediciones Grech, 2 volúmenes aparecidos en 1981 y 1982) está mucho del mejor humor de Boris Vian (y de sus opiniones sobre el mundo), y muy pocas veces el jazz obtiene su ritmo en la palabra impresa como en sus desafíos con la prosa. Sus frases como centellas siguen en pie. Así, se puede referir a Errol Garner como «el pianista más romántico desde Chopin» y fulminar al trombonista Bill Harris, del que dijo: «Suena como suena porque se ha tragado una cabra mal criada». Y tan futurista como su narrativa, logra condición de visionario cuando en 1949 estampa: «De aquí a diez años, con los progresos de la electrónica, todos los instrumentos tendrán un teclado de piano». Boris Vian: el jazz desde el corazón.

1 comentario:

rossy dijo...

Interesante artículo, me ha gustado. He conocido a Vian recientemente pero aún no he leído "Vercoquin y el Plancton".

Saludos!