viernes, 9 de abril de 2010

Reseña en Libertad Digital sobre "La librería"

El 31 de marzo, Víctor Gago publicó una magnífica reseña sobre la obra de Penelope Fitzgerald en Libertad Digital.

La librería, de Penélope Fitzgerald. Novela.
Traducción de Ana Bustelo. 181 páginas.
Editorial Impedimenta, 2010.

La librería cuenta la historia de Florence Green, una joven viuda en un pueblo prácticamente aislado en la costa de Suffolk, Inglaterra. Florence es una mujer “pequeña de aspecto, delgada y huesuda, un poco insignificante vista desde delante y completamente insignificante por detrás”. Tiene “buen corazón, aunque eso sirve de bien poco cuando de lo que se trata es de sobrevivir”. En 1959, abre una librería en una vieja casa ruinosa, con fantasma y todo, junto a la playa, ante el desconcierto, primero, y las intrigas, después, de las fuerzas vivas de una aldea en la que, por aquel entonces, “uno no podía tomarse una ración de fish and chips, ni había tintorería, ni siquiera cine, excepto un sábado por la noche de cada dos”. Un lugar de pescadores de arenques, cultivadores de guisantes, militares retirados,… gente, en fin, con mucho tiempo para ocuparse de los asuntos ajenos. La llegada a la librería de la edición de Lolita en Olympia Press (1955) desencadena una tormenta peor que la ventisca cortante y nórdica que azota con regularidad el pueblo.

Hay dos formas de mostrar la opresión en una obra de arte: nombrarla constantemente, describir sus poderes sobre los oprimidos, es una de ellas. Esta novela sigue un curso alternativo, más difícil y noble: el humor, incluso la ternura, con los opresores. La comunidad y sus convenciones se van cerrando sobre la frágil individualidad de Florence, sin que el lector advierta en la superficie de los hechos nada que no sea una estampa amable, humorística, de una sociedad rural típicamente inglesa a mediados del siglo XX.

Los retratos de personas y animales son un prodigio de ambivalencia tierna y mordaz.

El señor Keble, director de la sucursal del banco al que la protagonista acude para pedir un préstamo con el que rehabilitar la vieja casa, se nos presenta como un solitario al que todos evitan para no tener que pedirle dinero, un hombre taciturno y extraviado que prolonga todo lo que puede la entrevista con Florence en la oficina con consejos lunáticos sobre la llevanza del negocio de librería.

O esa escena en la que Florence ayuda al señor Raven a limar los dientes de un caballo que ha dejado de masticar y no digiere bien la hierba. Florence debe agarrar la escurridiza lengua mientras el paisano aplica una lima de hierro a los enormes piños. La estampa del animal después del tratamiento está llena de dulzura por el alma de las cosas:

Una vez le soltaron, el caballo dejó escapar un suspiro cavernoso y se quedó mirándoles como si estuviera tremendamente desilusionado. De las profundidades de su noble tripa llegó una nota cínica, que sonó más como una trompeta que como un cuerno, y que fue desapareciendo hasta convertirse en una risita. Salieron nubes de polvo de su cuerpo, igual que de un felpudo cuando se sacude. Luego, abandonando por completo todo el asunto, trotó a una distancia segura y bajó la cabeza para pastar. Al instante vio un trozo muy verde de angélica y empezó a comer como un poseso”.
Bajo esta superficie bucólica, levemente costumbrista, aguda en la observación y plácida en la forma, va creciendo una atmósfera tensa y opresiva alrededor de la protagonista, cada vez más sola y aislada frente a los designios de las convenciones de la comunidad.

La novela, desde el punto de vista de su anécdota, no es mucho más que una variante de la pugna entre el individuo y la sociedad. Lo que la convierte en una obra de arte es el talento de su autora para manejar este choque por debajo de lo que cuenta y, sobre todo, para que opresores y oprimidos formen una unidad tan misteriosa como ese polstergeist que convive con la protagonista en su librería.

Al principio del relato, se nos describe el vuelo de una garza con una angula en el pico. Ese instante de incertidumbre en el que la angula se resiste a ser engullida, en el que entra y sale del pico, es la clave de esta novela, según he creído entender. ¿No es, acaso, el único instante digno y noble antes de que el opresor aplaste al oprimido? En cierto sentido, la literatura se ocupa de ese instante: lo dilata, lo cuenta.

Lolita, la novela que escandaliza a la pequeña comunidad de La librería, no es un relato pornográfico, como creyeron ver en su superficie los editores americanos que rechazaron su publicación (de ahí, el simbolismo de la edición que llega a la cerril aldea costera de nuestra novela, la célebre edición de Olympia Press, el sello francés que la publicó en inglés en 1955), sino, ante todo, un relato sobre la crueldad con que se ejerce el poder; una historia de opresores (Dolores Haze, Lolita, Lo-li-ta) y oprimidos (Humbert Humbert). La literatura, los libros que hay en una librería, nos ayudan a convivir con el misterio de la naturaleza humana, a sobrevivir a sus instintos depredadores con nobleza, con humor, con ternura, con mundos hechos de palabras.

Penelope Fitzgerald (1916-2000) fue finalista con La Librería del Booker Prize en 1978, un premio que se le concedió al año siguiente por A la deriva. La señora Fitgerald nació en Oxford en el seno de una acomodada y tradicionalista familia de escritores, periodistas y teólogos, los Knox. Casó en 1941 con el soldado irlandés Desmond Fitzgerald, al que conoció durante la Segunda Guerra Mundial, un periodo en el que Penélope Fitgerald trabajó para la BBC. Fue una autora tardía. Su primer libro, una biografía del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, se publicó en 1975. Dos años después, apareció su primera novela, The golden child. Publicó, desde entonces, entre otras, La librería (1978), A la deriva (1979), Human voices (1980) At Freddie’s (1982), Innocence (1986), El comienzo de la primavera (1988), The gate of Angels (1990) y La flor azul (1995), inspirada en la vida del poeta romántico alemán, Novalis. La señora Fitzgerald falleció en Londres en 2000. Ha sido comparada con Jane Austen, un parentesco que considero cabal. Al igual que la autora de Sentido y sensibilidad, posee un talento especial para mostrar la naturaleza de las convenciones sociales bajo la apariencia de un retrato amable, en sí mismo convencional, de las costumbres de la sociedad de su tiempo.

Apreciado lector: si está pensando en visitar una librería en las próximas horas, hágame caso y elija esta novela de la señora Penélope Fitzgerald.

1 comentario:

Ysabel dijo...

Esta novela es una delicia. Os agradezco que la hayáis publicado. Este es el comentario de la misma que he hecho en el Blog de la Biblioteca:

http://bibliotecaelperello.blogspot.com/2010/04/la-liberia-de-penelope-fitzgerald.html