miércoles, 5 de diciembre de 2007

Sobre «La Abadesa de Castro», de Stendhal/ Por Pilar Adón en Literaturas.com

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He aquí un potente artículo, preparado por Pilar Adón, publicado en LITERATURAS.COM, en el número de este mes, sobre LA ABADESA DE CASTRO, de Stendhal. Una perlita: al final recuerda a los lectores el por qué del nombre Impedimenta...


¿POR QUÉ HAY QUE LEER A STENDHAL?

¿Por qué hay que leer a Stendhal? ¿Por qué hay que leerlo hoy? Hace poco, un buen amigo, que es además un gran escritor, nos comentaba entre divertido y escéptico ante nuestra reticencia que Stendhal es en realidad uno de los genuinos autores superventas de la moderna literatura europea, por lo menos en lo que a un determinado tipo de lector se refiere (el lector literario). Stendhal es alguien a quien todo el mundo acaba leyendo a lo largo de su vida. Y con su obra pasa como con la de todos los grandes autores: cuando se empieza a leer resulta imposible detenerse hasta haberla devorado entera. En sus novelas, Stendhal se ocupa de aquello que hace que una narración resulte adictiva, apasionante y divertida. Encontramos en ellas amores imposibles, duelos a muerte, traiciones y desengaños, vírgenes que regalan su virtud a un soldado de paso, manuscritos escondidos en oscuros archivos, villanos que persiguen al héroe intentando destruirle, tragedias familiares y ejércitos que se encaminan a la batalla sin saber cuál va a ser su destino.

Con “La abadesa de Castro”, que acaba de publicar la editorial Impedimenta en un volumen precioso y con una traducción magnífica, nos hallamos ante Stendhal en estado puro. “La abadesa de Castro” es una rara joya literaria cuya lectura es totalmente absorbente, algo que no siempre se puede decir de las obras consideradas clásicas. No en vano, aunque fuera la última de las “Crónicas italianas” que Stendhal escribió, esta novella se suele utilizar para abrir el volumen que las agrupa al ser considerada la mejor de las “Crónicas” y la más “stendhaliana”, por encima de otras tan notables como “Los Cenci” y “Vittoria Accoramboni”.

El joven Henri Beyle pisó por primera vez Italia en 1800, formando parte de las tropas napoleónicas como subteniente de dragones, y el país le fascinó. Una fascinación que no le abandonaría en toda su vida, y que le marcaría hasta el punto de transformarle en una especie de “emigrante literario” que renunciaría a su nacionalidad literaria francesa (en su tumba del cementerio de Montmartre, bajo su nombre, quiso que se grabaran las palabras “Il Milanese” ya que, en ese sentido, se consideraba italiano). Por aquella época, Beyle, apenas un muchacho de diecisiete años pero no por ello poco experto en los embates de la vida (fue hijo de la burguesía perseguida por la Revolución, y su padre fue encarcelado durante el Terror), todavía no se hacía llamar Stendhal, nom de plume que adoptaría para publicar la mayoría de sus obras. Pero podemos afirmar que en esta primera visita a Italia hallamos ya la semilla de lo que sería una fascinante e ingente producción literaria, reconocida como una cumbre de la literatura europea de los últimos doscientos años.

Beyle, solventados los trabajos de la conquista militar francesa de Italia, se decantaría por la vida funcionarial, entrando a servir en las administraciones imperiales de Alemania, Austria y Rusia. Un trabajo alimenticio que, a partir de 1815, compaginaría con el trabajo literario de modo más o menos velado. De ahí el seudónimo. Este trabajo administrativo, con el que no se mostraba muy entusiasmado (solía conseguir licencias por enfermedades un tanto imaginarias con el fin de poder dedicarse a viajar por el país, a escribir y a sus conquistas amorosas, puesto que Beyle era un mujeriego incorregible), le dio al menos ocasión de consultar multitud de viejas crónicas papales, legajos repletos de historias olvidadas pródigas en asesinatos, campañas militares, ejecuciones y cotilleos cortesanos. Muchas de estas crónicas, bien cribadas, servirían de base para relatos repletos de asesinatos parecidos, sangrientas refriegas y amores desesperados, que Stendhal escribía con la celeridad que le caracterizaba (escribió su obra maestra, “La cartuja de Parma”, en cincuenta y seis días), y que más tarde, ya en pleno siglo XX, serían agrupadas bajo el título de “Crónicas Italianas”.

Entre éstas, destaca por su brillantez “La abadesa de Castro”, editada por Impedimenta, un ejemplo magnífico de cómo Stendhal era capaz de transformar un oscuro episodio procesal del siglo dieciséis (una religiosa, abadesa de un convento, que queda encinta de un obispo, con el consiguiente escándalo) en Narrativa con mayúsculas.

Italia representó siempre para Stendhal la patria del amor. Del amor pasional y de su íntima relación con la muerte, esos dos extremos que se tocan en toda la producción stendhaliana. En La abadesa se nos describe la situación política de la convulsa Italia del dieciséis, donde la autoridad del Papa es relativa ya que el verdadero poder está en manos de los príncipes de las ciudades y de las villas que, como pequeños y crueles tiranos, someten al pueblo a todo tipo de arbitrariedades. Éste, indefenso, busca la protección de los bandidos que viven en los bosques y que luchan contra los reyezuelos, con no poco éxito. Los mozos más valerosos huyen “a la macchia”, como prófugos al bosque, y se convierten en proscritos adorados por las mujeres. Entre estos apuestos bandidos se encuentra el joven Julio Branciforte, hijo también de bandido, que se enamora de la bella Elena Campirealli, hija del noble del lugar. Se trata de un amor imposible, y más aún cuando Julio mata al hermano mayor de Elena en una refriega en plena noche, por lo que ésta es internada en un convento. No voy a desvelar más del argumento, naturalmente, aunque sí diré que la tensión no decae hasta el sangriento final, con asalto al convento y embarazo conventual incluidos.

Impedimenta, sello en el que se acaba de publicar La abadesa, hace honor a su nombre (la impedimenta no es otra cosa que la mochila en la que debemos acarrear los libros fundamentales, el bagaje literario imprescindible de todo lector) llevando a las librerías, además de ésta, otras grandísimas obras de la literatura occidental. Con “La pulga de acero” de Leskov, “Noviembre”, de Flaubert, y próximamente “Santuario”, de Edith Wharton, van configurando una apuesta literaria a tener muy en cuenta.

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