Nuevos seres humanos. Ya saben ustedes que el titán Prometeo se hizo célebre por crear a los hombres, modelándolos con arcilla, y por robar el fuego de los dioses para entregárselo a lo mortales. El Dr. Frankenstein era, en el sentir de su inventora, una especie de Prometeo que iba a dar paso, por el procedimiento de juntar desperdicios de cadáveres y electromagnetismo en abundancia, a una nueva generación de seres humanos (o algo por el estilo). Pues bien, la hiperromántica novela de M. W. Shelley tuvo sus antecedentes y sus consecuentes. Prácticamente todos los que valen la pena constan en este delicioso florilegio de Impedimenta.
El pistoletazo de salida lo constituyen unos extractos del Tratado del hombre de Descartes, que, junto con la voz «Androide» de la Enciclopedia de Diderot y d´Alembert, la Relación sobre el mecanismo de un autómata de Vaucanson y unos fragmentos de El hombre máquina del materialista epicúreo Julien de la Mettrie, conforman la primera parte del libro, titulada «Las máquinas filosóficas». La segunda está centrada en la figura del Turco, famosísimo autómata de madera tallada, tocado con turbante y vestido a la oriental, que había construido el artesano húngaro Wolfgang von Kempelen para entretener a la emperatriz austríaca María Teresa, pues el tal Turco jugaba al ajedrez de modo magistral y no había rival que lograra ganarle en el tablero. Los textos relacionados con el Turco los firman W. Benjamin, Poe y Ambrose Bierce; también se rememora, en párrafos inolvidables, la partida jugada por el autómata frente a Napoleón, con la imagen del tablero y de las piezas en la posición del jaque mate.
Robots. En la tercera parte comparece ni más ni menos que uno de los fundadores de las letras fantásticas europeas, el alemán —nacido en Königsberg, en la Prusia Oriental, hoy territorio ruso (mal que nos pese)— E. T. A. Hoffmann, ofreciéndose íntegro su cuento «El hombre de la arena», protagonizado por Olimpia, la irresistible muñeca autómata. Junto a él, Sigmund Freud, de quien se presentan extractos de su fundamental ensayo Das Unheimliche, aquí traducido como Lo siniestro; el gran Villiers de l´Isle-Adam, con una selección de su novela La Eva futura, sobre la que tanto y tan bueno ha escrito Alicia Mariño, y la inefable Thea von Harbou, ferviente nazi y autora de Metrópolis, ficción que aparece aquí hábilmente extractada y sobre la que Fritz Lang, marido de Thea, realizó una de las mejores películas de la historia del cine.
La cuarta y última parte va de robots, con lo que no podía faltar el checo Karel Capek, que fue el primero en utilizar la palabra robot en su obra teatral R. U. R., de la que se ofrece, parcialmente, el acto I. Acompañan a Capek el autor de Erewhon, Samuel Butler (Darwin entre las máquinas), Isaac Asimov (Las tres leyes de la robótica), el lógico, matemático y criptógrafo inglés A. M. Turing (¿Puede pensar una máquina?) y el estadounidense, nacido en Wisconsin en 1944, Vernor Vinge (La singularidad). Permítanme que reproduzca un par de frases de este último trabajo: «Estamos en vísperas de un cambio comparable al surgimiento de la vida humana en la Tierra. La causa concreta de este cambio es la inminente creación, mediante la tecnología, de entidades con una inteligencia superior a la humana.» ¡Ahí queda eso!»
No hay comentarios:
Publicar un comentario