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Manuel Rodríguez Rivero, escribe desde su Sillón de Orejas, para el suplemento del diario El País el pasado 09 de febrero. Un paseo desde Belver Yin, de Jesús Ferrero, que ha recordado «por puro mimetismo», mientras leía El perfume del cardamomo, de Andrés Ibáñez.
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`Chinoiseries´
Un soleado domingo de 1981, Rafael Conte se refería en Libros -el supplementum antecedens de Babelia- a Belver Yin, la novela que un desconocido Jesús Ferrero acababa de publicar en Bruguera, como una de las más importantes de los últimos diez años. No era la primera vez que el crítico zaragozano, uno de los más influyentes en el último tercio del siglo pasado, conseguía que me movilizara para leer inmediatamente uno de aquellos libros que ponderaba de modo tan apodíctico. Lo cierto es que Belver Yin tenía muy poco que ver con la narrativa que entonces se escribía en España. Y eso que novelas como La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Mendoza, o Visión del ahogado (1977), de Millás, por citar sólo dos de las que me habían impresionado, ya se habían encargado de señalar que algo estaba cambiando en el modo en que la generación de la "nueva narrativa", que había aprendido a utilizar mejor su lengua (y su imaginación) leyendo, entre otros, a los latinoamericanos del boom, se planteaba su relación con un mercado harto de socialrealismos y experimentos. He recordado por puro mimetismo aquella chinoiserie de Ferrero -un original pastiche de aventuras e intriga amorosa, cual novela bizantina de nuevo cuño- mientras leía El perfume del cardamomo, de Andrés Ibáñez (Impedimenta), un estupendo volumen de "cuentos chinos" breves (y brevísimos) de un narrador que se siente como pez en el agua pulverizando las fronteras entre lo que llamamos realidad y ficción. Y que ha asimilado de sus frecuentadas lecturas orientales esa "capacidad de los poetas chinos de hace dos mil años para inventar imágenes frescas y vibrantes y para mirar el mundo con los ojos y no con la mente". Y eso es precisamente lo que transmiten al lector estos relatos en los que el melancólico homenaje a un modo de contar se atempera con un punto de inteligente ironía distanciada. -
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