miércoles, 23 de enero de 2008

Una reseña de lo más sublime: El perfume del cardamomo en ABCD

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El suplemento cultural del ABC -semana del 12 al 18 de enero-, nos ha regalado una reseña sobre nuestra última novedad, El perfume del cardamomo, de Andrés Ibáñez. En ella, José María Pozuelo Yvancos nos transmite con delicada precisión la intensidad e intención de este libro. Una reseña para disfrutar tanto como el libro.




José María Pozuelo Yvancos

A medida que pasa el tiempo, la antología de poesía china publicada por Marcela de Juan en la benemérita editorial Alianza, hace algo más de treinta años, gana valor. De la inmensa producción literaria de China lo que mejor y primero nos llegó a todos fue aquella pequeña muestra, que quien esto escribe ha oído elogiar recientemenente en Pekín por parte de Zao Zhenjiang, catedrático de español de aquella Universidad y traductor al chino de Juan Ramón, Machado y Lorca. También Andrés Ibáñez reconoce que su libro de cuentos no se podría haber escrito sin la poesía, que es el venero por el que la música del alma china arroja mejor su riqueza. Es muy difícil separar lo que hay de poesía y de narración en muchos de los cuentos que Ibáñez ha creado. Y eso en todo el libro, y no únicamente en los cuatro relatos breves que funcionan como poemas en prosa incluidos a su mitad («Nieve y amapola», «La luna en estío», «El tigre y el dragón» y «Diferencias»).

Crear algo propio. Nada hay mejor cuando se trata de un libro de la naturaleza del presente que encontrarse con un autor consciente de lo que quiere hacer (así se manifiesta en el epílogo) y que coincida exactamente con lo que ha logrado crear. Un libro de cuentos chinos corría dos peligros que aquí se han evitado de pleno: el primero era el pastiche; que funcionase como simple remedo. El otro es el guiño posmoderno tipo parodia o alienamiento distanciador. Al contrario. Se trata en este libro de hacer un homenaje a una civilización y a una literatura, y el mejor modo de hacerlo es crear algo propio con aquellos materiales. Eso significa actuar con ellos como un poeta actúa: aprehendiendo el ritmo, la música, el ir haciéndose de las imágenes. Ritmo y música son sobre todo una manera de moldear la frase, un modo de enlazarse los verbos, y una precisa caracterización de la imagen que puebla la mirada de una tonalidad especial, que es también una actitud hacia las cosas.

Éste es un libro espléndido, pero lo es porque quien lo ha hecho ha escrito uno suyo, propio. Cuando es menos suyo, precisamente en el cuento final, «La mirada del alma», que intenta traducir lo que hace, funciona menos bien. Otra cosa es que no podría haberse escrito sin la lectura de los poetas chinos, y tampoco sin esa forma de pensamiento y sensibilidad proporcionada por el taoísmo, así como por la naturalización que las cosas obtienen en aquella cultura. Pero se nota de inmediato cuando un creador escribe aquello que ha hecho suyo en vez de hacer mero remedo de otros. Sigo insistiendo en que Andrés Ibáñez es uno de los mejores escritores de su generación, porque ha sido capaz de crear una literatura con vida propia. Escribe su estilo, aunque esta vez acaricie la manera de ser china.

Clasicidad del ritmo. Lo que más me ha llamado la atención de estos cuentos ha sido la clasicidad del ritmo, especialmente la música de la frase. Es como si hubiesen sido escritos por un clásico, porque lo esencial de su estilo narrativo es haber depurado todo lo accesorio, hasta alcanzar el centro de cuanto quiere dar. Eso que el autor ha querido dar se compone de muy variados ingredientes imaginativos, porque los cuentos, en los que late una atmósfera que los unifica, son sin embargo distintos entre sí.

Hay alguno, como el más largo y que me parece mejor de ellos, el titulado «El puente colgante de Bosha», que funciona como una fábula con enseñanza acerca del lugar de la fantasía o imaginación en la vida del artista, que resulta imposible reproductor de la realidad tal cual. Hay varios de ellos que traen historias mágicas en las que cumplen función principal las metamorfosis hombre-animal, como ocurre en «El misterio de las garzas»; en otros casos es la vida antropomórfica de ellos, así acaece en el bello canto a la libertad que supone «Mientras dura el sueño». No todos los cuentos fluyen de manera inocente, pues hay maldad, como en el que abre la serie. Otras veces encontramos un humorismo muy feminista. Así ocurre en el que funciona con cierto aire de caricatura, titulado «Historia de Chi Hsin, el insaciable».

Cuentos maravillosos. Precisamente uno de los ingredientes mejores de la colección son sus figuras femeninas y lo adelantado de su pensamiento en la perspectiva amatoria de la mujer, como ocurre en otra fábula con transformaciones, la titulada «El regreso», cuya inesperada conclusión hace mejor aún su trazado, formidable en todo el desarrollo de la intriga. Obviamente, tratándose del arte de la narración de cuentos maravillosos tanto de hadas como los que funcionan como apólogos y fábulas, no deja de haber un ingrediente didáctico. Sin embargo, llamo la atención de que ha evitado la moralina. Éste no es un libro así. Pueden leerlo gentes de cualquier edad, pero les aseguro que el mayor provecho lo obtiene quien ha sido ya muy lector. Porque celebra que casi todo en este libro sea grano, despojado de paja. No puedo dejar de decir algo que es marca de Impedimenta, como de otras editoriales que han empezado recientemente y cuentan ya con un catálogo muy selecto: la belleza de la edición. El amor al libro se nota al elegir libros como éste, pero también al cuidarlos de tan preciosa manera.

Para leer la reseña en su contexto original pulse aquí

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2 comentarios:

Sergi Bellver dijo...

A estos cuentos me refería. Un abrazo, Enrique, y a seguir por ese camino paralelo (también tengo La pulga de acero en mi lista de pendientes).

Impedimenta dijo...

Gracias, Sergi.

Lo cierto es que los cuentos de Andrés están muy bien, y no es cosa de editor padrazo.