«Los libros son la riqueza atesorada del mundo y la adecuada herencia de generaciones y naciones. Sus autores son la aristocracia natural e irresistible de cualquier sociedad y ejercen en la humanidad una influencia mayor que las de los reyes o emperadores»
Henry David Thoreau
Es un placer ofreceros estas dos reseñas aparecidas en el número de septiembre de la revista cultural Calle 20 de sendos títulos de la editorial:
Páginas que huelen a diablos y a coñac
Justicia histórica (él la preferiría histérica) para Boris Vian (1920-1959): se publica por primera vez en España su primera novela, Vercoquin y el plancton (1947). La desmesura acostumbrada: un Mackintosh melancólico, poemas fenoménicos y un tratado lógico-formal para sacar buen partido (sí, ése en el que están pensando, ¿qué otro vale la pena?) de las surprise parties. Cada página del libro huele a diablos y a coñac.
El mejor Defoe fue un no-reportero
No se trata de un reportaje (el autor tenía cinco años cuando la plaga asoló Londres en 1664), pero es posible una lectura periodística de Diario del año de la peste. Daniel Defoe escribe con maneras de narrador vivencial y ajusta el color de la tragedia como el mejor reportero. No son los únicos atributos que le acercan al gremio: ejerció de chivato y fue encarcelado por deudas. En la ciudad mortificada por la peste, Defoe soñó la mejor de sus historias y la contó como si el sueño fuese vigilia.
Os presentamos este magnífico artículo sobre Boris Vian publicado en La Razón por Toni Montesinos el 6 de septiembre, con motivo de la edición de su primera novela Vercoquin y el plancton, por primera vez en España, seguido de una reseña sobre Vian y el jazz por Javier de Cambra.
Boris Vian sin vergüenza
____________________________________________________ La publicación en español del debut literario del escritor, Vercoquin y el placton (1947), retrata una época efervescente: música, alcohol y la noche con el sello del absurdo. _________________________________________
El escritor humorístico, el músico amigo de los grandes del jazz, el poeta travieso que concibe versos a modo de divertimento, el provocador inofensivo que fue Boris Vian, ya aparece en potencia en su primera novela, de la que ahora por fin aparece una traducción, Vercoquin y el plancton (1943). Según el mismo autor, perdón, el individuo que firma el «Preludio», un tal Bison Ravi –Vian era aficionado a firmar algunas de sus creaciones con seudónimo–, se trata de una «obra magistral» que no es de carácter realista por cuanto no es verdad todo lo que se cuenta, como no lo es, según insinúa, ninguna obra asignada a la corriente del Realismo, cualquiera por ejemplo, de Émile Zola.
Así, en apenas una página, Vian ya adelanta lo que va a ser su actitud frente al arte: algo muy serio que se toma a broma. Igual que la vida, como se aprecia en su libro póstumo «No me gustaría palmarla», que la editorial Demipage publicó el año pasado. Allí, Vian gustaba de los juegos verbales, de la ironía para consigo mismo, de un espíritu infantil que nunca se separó de sus escritos y que hoy, a nuestros ojos, lo han convertido en un preciado raro, en un entrañable maldito, en un genio simpático que en su momento, y como no podía ser de otra manera, fue incomprendido e incluso denostado por la crítica solemne e inmisericorde.El Mayor (personaje que volverá a aparecer en otras de sus obras), para celebrar sus veintiún años está preparando una «surprise-party» en su mansión de las afueras de París. Espera la llegada de Zizanie de la Houspignole, que viene acompañada de un tipo que ha conocido pocos días atrás, Fromental de Vercoquin. Enseguida todos se ponen a bailar, ocasión para que se sucedan diálogos disparatados y descripciones jocosas. Vian, como en su texto más conocido, La espuma de los días (1946), da rienda suelta a su verbo ágil y sin complejos narrativos, y hace de la realidad cercana –en su caso, el jazz, la sociedad francesa, los métodos de seducción del Mayor y de su ayudante, Antioche Tambretambre, bebedor y donjuán– un pretexto para escenificar el absurdo.
El baile y el absurdo
Habrá una segunda «surprise-party» y un enamoramiento, y todo a partir de una constante parodia-recreación de los hábitos de una clase social que vivió lo mejor y lo peor en aquel periodo: la guerra y ocupación alemanas, y la efervescencia de la música, del alcohol y la noche. Un tiempo que marca el apogeo de Vian, pues en los años cuarenta se licencia en ingeniería y publica sus títulos más llamativos bajo seudónimo: en 1947, Escupiré sobre vuestra tumba –que firma con el nombre de un escritor negro estadounidense que se inventa, Vernon Sullivan, novela que será censurada por su contenido violento y sexual y que le hará sufrir juicios y la reacción airada de los críticos literarios– y Todos los muertos tienen la misma piel, y, en 1948, Que se mueran los feos y Con las mujeres no hay manera.Pero no sólo habrá un Vian ingeniero y un Vian narrador, un Vian que se relaciona con la crema de la intelectualidad francesa (Sartre, Camus) y un Vian trompetista que llega a intimar con figuras como Duke Ellington (padrino de su hija), Miles Davis y Charlie Parker; hombre curioso y vital, pese a que una enfermedad en su infancia marque una salud quebradiza y lo lleve a una muerte precoz, en los cincuenta Vian se enrola en proyectos diferentes tras percibir que su narrativa sólo le acarrea sinsabores: escribe una ópera titulada El caballero de las nieves y graba un disco que también le deparará disgustos, pues una de sus canciones se posicionaba en contra del servicio militar en una etapa complicada para Francia en sus relaciones con Argelia. Además, hace de actor en varias películas mientras ocupa el cargo de director artístico de la compañía discográfica Philips.
Este es a grandes rasgos el camino que anduvo Boris Vian, al que le sorprendió un ataque cardiaco, a los 39 años, mientras veía la adaptación de Escupiré sobre vuestra tumba en un cine cercano a los Campos Elíseos, el 23 de junio de 1959. La literatura de Vian, que se apartó de la creación literaria para ganarse la vida traduciendo obras de novela negra, no hallará juicios intermedios: el lector quedará entusiasmado por la extravagancia de sus relatos o el desenfado de sus poemas, o bien esa misma estética de encumbrar el surrealismo lo deje tan desconcertado que abandone la lectura, receloso por comprobar cómo determinadas rarezas pueden obtener prestigio artístico. Eso mismo puede ocurrir con Vercoquin y el plancton, y a la vez, todo buen conocedor literario no podrá por menos que estar de acuerdo con Julio Cortázar que, en un texto de 1979 dedicado al escritor y cineasta Gonzalo Suárez, hablaba de éste como de un hombre de «inteligencia irónica», que experimentó una «marginalidad deliberada allí donde la gran mayoría trabaja full-time»; de tal forma que, para que se vieran con mayor claridad estas virtudes, el argentino comparaba tales rasgos con la trayectoria de Boris Vian.
Con Moreau el Les liaisons dangereuses (1959)
Inutilidad en verso
Un carácter marginal que se materializa en el Colegio de Patafísica de cuya Subcomisión de las Soluciones Imaginarias fue presidente Vian y que, fundado en 1948, venía a ser contrapunto hilarante de las academias de arte y ciencias de París. Así, basándose en las ideas vanguardistas del poeta y dramaturgo Alfred Jarry (1973-1907), los patafísicos crearon esta «ciencia de las soluciones imaginarias» que ponía el Absurdo como fundamento prioritario y que venía a ser, en suma, una «Sociedad de Investigaciones Eruditas e Inútiles». Y eso fue la literatura para Vian, búsqueda exquisita y grave, hallazgo del arte por el arte, sabrosa inutilidad en forma de versos, cuentos y novelas que, una vez pasado el tiempo, fuera de su contexto original, se ha aupado en los altares de la literatura más traducida, valorada y hasta idolatrada.
Saint-Tropez, devoir de vacances (1952)
Un guionista inadaptable que también fue actor
Vian, prolífico guionista de cine, actuó en el documental Saint-Tropez, devoir de vacances, en Nuestra señora de París, sobre la novela de Victor Hugo donde interpretaba a un cardenal, en el cortometraje cómico Joconde (Palma de Oro en Cannes en 1958) y en Liaisons dangereuses, adaptación del libro de Choderlos de Laclos. Además, se adaptó su novela Escupiré sobre vuestra tumba y, ya muerto el autor, se llevaron a la gran pantalla La espuma de los días (una producción gala y otra japonesa, ambas de dudosa calidad), la novela La hierba roja y el relato Madison Blanca.Y aun así, la opinión generalizada es que las obras de Vian son inadaptables al lenguaje fílmico. Así lo expresó Charles Belmont en 1968, que debutó como director de cine con su fallida adaptación de La espuma de los días. Ha habido más intentos, pero todos mediocres, excepto el del cuento El lobo-hombre, concebido en forma de corto mudo de animación. Y quizá éste sea el modo certero de interpretar a un hombre como Vian: con silencio y en dibujos animados.
Pierre Kast le dirigió en Le bel age (1960)
EXPRESARSE EN JAZZ ________________ de JAVIER DE CAMBRA
En sus cuarenta años de existencia, Boris Vian lanzó su talento, genio e ingenio a todos los horizontes. Ingeniero, inventor, pintor, actor, agitador radiofónico, libretista de óperas, sátrapa del Colegio de Patafísica, trompetista, cantante, novelista, compositor de canciones, autor de novelas negras rigurosamente americanas con la firma de Vernon Sullivan, alma de un barrio, Saint-Germain-des-Prés, que, en su reinado, era el alma de París... En esta incesante actividad abordó todo espacio para sorprender en cada uno de ellos.
Si Oscar Wilde pudo jactarse de que en sus obras tan sólo había depositado su talento, mientras guardaba el genio para el arte de la vida, Boris Vian tuvo en el jazz su mayor pasión, su verdadera patria, su razón nada secreta. Así lo expresó con toda rotundidad en el prólogo a La espuma de los días: «Tan sólo dos cosas valen verdaderamente la pena: la música de Nueva Orleans y de Duke Ellington y cualquier forma de amor con bellas muchachas». Y su continuo cómplice e intérprete de muchas de sus canciones, Henri Salvador, atestiguó: «Boris Vian estaba enamorado del jazz, no vivía más que para el jazz, no escuchaba, no se expresaba más que en jazz».
«Sólo dos cosas valen la pena: la música de Nueva Orleans y Duke Ellington», dejó escrito.
Cuando Vian entrega a la imprenta Vercoquin y el Plancton en 1946, cuenta entre sus posesiones más preciadas con el carné de miembro del Hot Club de Francia fechado en 1937. Apenas tenía entonces diecisiete años. Había tocado la trompeta en las orquestas de Claude Léon y Claude Abadie y es en el mismo año de 1946 cuando inicia sus colaboraciones en la revista de referencia en Francia, Jazz Hot. Cuatro años más tarde, en 1950, se ve obligado, por prescripción facultativa, a dejar de soplar su trompeta de bolsillo o «trompineta», en su propio diccionario. Pero desde entonces y hasta el final de sus días, Vian no se perderá un sólo concierto valioso en el París de la era de los clubes de jazz, de las «caves», ni del festival de verano en Niza. Y en una decena de publicaciones dejó las más bellas crónicas acerca de la música de su vida. En sus Escritos sobre el jazz (traducción al castellano en Ediciones Grech, 2 volúmenes aparecidos en 1981 y 1982) está mucho del mejor humor de Boris Vian (y de sus opiniones sobre el mundo), y muy pocas veces el jazz obtiene su ritmo en la palabra impresa como en sus desafíos con la prosa. Sus frases como centellas siguen en pie. Así, se puede referir a Errol Garner como «el pianista más romántico desde Chopin» y fulminar al trombonista Bill Harris, del que dijo: «Suena como suena porque se ha tragado una cabra mal criada». Y tan futurista como su narrativa, logra condición de visionario cuando en 1949 estampa: «De aquí a diez años, con los progresos de la electrónica, todos los instrumentos tendrán un teclado de piano». Boris Vian: el jazz desde el corazón.
Es un placer ofreceros esta reseña de Soy un gato de Natsume Soseki, publicada en La voz de Galicia, el pasado 31 de julio.
El humorismo y la poesía de Soseki
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La aceptación del influjo occidental sin perder el respeto a la tradición espiritual japonesa están presentes en el trasfondo de la obra del escritor ya en sus inicios ____________________________________________
Natsume Soseki (Tokio, 1867-1916) es uno de los autores clave en la renovación de la literatura japonesa a comienzos del siglo XX —aquejada entonces de una falta de vitalidad preocupante—. Es un momento en que coincidiendo con la era Meiji se produce la modernización de Japón al dejar entrar el influjo de Occidente, tras 250 años de ensimismamiento y cierre absoluto a todo lo llegado de fuera. El proceso es difícil y conflictivo, en cuanto que era mucha la oposición a esta permeabilidad por temor a perder el sentido de la espiritualidad ancestral y el sentimiento de colectividad ante la fuerza del individualismo occidental, que traía aparejado la tecnología, la máquina, y que —denunciaban los tradicionalistas— supondría una frivolización de la existencia.
Esta pugna se halla insistentemente presente en la obra de Soseki ya desde sus inicios literarios, marcados por el éxito fulgurante que alcanza su primera novela —Soy un gato (1905), publicada por entregas en una revista—, y a la que seguirá poco después Kusamakura —Almohada de hierba—. Soseki no puede olvidar los años de formación pasados en Londres y su conocimiento de la literatura inglesa, que difundirá después en la Universidad de Tokio, en donde —casualidades— releva en la cátedra de inglés al conocido niponólogo Lafcadio Hearn, que tanto hizo por divulgar su cultura de adopción. Sin embargo, que no olvide no quiere decir que Soseki se entregue rendido al embrujo de Occidente. Al contrario. Deplora el papanatismo frecuente y la actitud del esnob, y defi ende con arrojo los valores de la espiritualidad y la ética que sustentaron tradicionalmente la vida y la sociedad de Japón. Eso sí, el individualismo será para él un aspecto fundamental en el desarrollo de la persona, y el lugar del que partir como creador.
Un felino verboso
Todo ello centra la acción de Soy un gato, novela excesiva que da voz a un gato verboso, descarado, observador —hasta cotilla, diríase— y mordaz que no deja títere con cabeza en el mundo de los humanos. La vida tranquila y aburguesada del barrio será el hábitat que destripa y satiriza sin piedad este felino dicharachero y sabiondo, que airea las contradicciones de un país en creciente europeización, así como las tensiones entre lo rural y lo urbano. Soy un gato se lee hoy con gran fruición, ya que su humorismo recalcitrante la convierte en una obra de absoluta modernidad, y a su protagonista —un mediocre profesor, plagado de pequeñas desgracias como su dispepsia—, en un verdadero héroe de lo cotidiano.
Otra cosa distinta es Kusamakura, delicado tapiz narrativo trenzado de poesía, en el que, es verdad, están latentes los mismos debates. La novela gira alrededor de un pintor de la era Meiji y funciona casi como un ensayo sobre la forma en que el arte debe abordar la realidad —el distanciamiento de las emociones y del bullicio del mundo—. E insiste en que la espiritualidad japonesa y el retiro son claves para trascender la vida y la creación —parece que el pianista Glenn Gould tenía un ejemplar gastado del libro en su mesilla en el lecho de muerte—. Soseki no hace sin embargo un ejercicio de nostalgia por el shogunado de Tokugawa perdido: no en vano nació justo un día antes de que echara a andar la era Meiji. No había alcanzado aún la depuración de la escritura que bordará en Kokoro, pero la fuerza y el genio de Soseki son ya innegables.
Nos es grato presentaros la siguiente entrevista a la autora de El mes más cruel, Pilar Adón, que pudimos leer el día 21 de agosto en la revista Yo Dona, de la mano de Álvaro Colomer.
Su nuevo libro de relatos, titulado El mes más cruel, renueva la esperanza en el género del cuento español.
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Es un monstruo de tres cabezas: una para las novelas, otra para la poesía y la de más allá para los cuentos. Su úlimo libro de relatos, El mes más cruel (Impedimenta), invita a pensar que la tercera cabeza domina sobre las demás, posibilidad también considerada por quienes le otorgaron el Premio Ojo Crítico de Narrativa por Viajes Inocentes (2005), y por quienes ahora le han concedido el Nuevo Talento FNAC de Literatura. No obstante, basta abrir una de sus novelas o el poemario Con nubes y animales y fantasmas para comprobar que los otros cerebros funcionan igual de bien. Así, no es arriesgado asegurar que Pilar Adón (Madrid, 1971) es una de las escritoras totales más interesantes del panorama literario.
YO DONA. El título de su último libro de relatos hace referencia a un verso de T.S. Eliot: «Abril es el mes más cruel». ¿Por qué secunda usted esta opinión, cuando es el tiempo en que estalla la primavera? PIIAR ADÓN. Además de que el verso tiene una sonoridad maravillosa, es perfecto para describir el estado emocional de mis personajes. Todos ellos desean vivir aislados en casas apartadas, sin asumir responsabilidades. Por eso para ellos Abril es el mes más cruel. La primavera parece forzar a una exposición exterior. Desaparece la protección de la oscuridad del inviemo; algo que mis personajes no soportan.
Uno de los temas recurrentes en estos cuentos es el miedo de la gente a abrirse al mundo. ¿Por qué? Porque ideal y estéticamente son los que más me atraen: introspectivos, melancólicos, dubitativos... Sé que estas definiciones no parecen conducir a la felicidad, al menos no a la que se exterioriza. Pero mis personajes suelen ser felices cuando leen. Y para leer está bien sentarse en un rincón a solas. Otra cosa, claro, es el miedo.
En El mes más cruel introduce poemas de Con nubes y animales y fantasmas como separadores entre los relatos. ¿Cuál es su función? Pretendía dulcificar el paso de una historia a otra. Como lectora, cada vez que he de abandonar los lugares y los nombres de los personajes de un relato para entrar los del siguiente, me siento extraña, como si traicionara a cuantos dejo atrás. Así que intento que cada poema actúe como un bálsamo que facilite ese tránsito.
¿Cuáles son sus objetivos al escribir? Mediante las palabras, somos capaces de mostrar paisajes y rostros; podemos provocar miedo, compasión, afinidad e, incluso, avivar sensaciones físicas. Y, ya que mezclando palabras se puedeconseguir un prodigio así, deberíamos emplear esas herramientas del mejor modo posible. Para mí es una delicia leer y releer párrafos bien escritos o bien traducidos. Puedo pasar mucho tiempo contemplando una palabra impresa en un libro y analizando qué tal se lleva con la palabra siguiente.
Siempre ha dicho que se siente novelista, pero la crítica se empeña en destacar su faceta de cuentista. ¿Cómolo lleva? Bien. Al final la intención es básicamente la misma: crear personajes hermosos y peculiares que buscan la serenidad. Antes creía que sólo podía explayarme y profundizar en las novelas, pero escribiendo El mes más cruel me he dado cuenta de que estaba equivocada.
Hay un gran parecido entre el retrato de la portada del libro y usted misma. ¿Imaginaciones mías? Me lo ha comentado mucha gente. La imagen, extraída de un cuadro increíble del pintor Dino Valls, resulta perfecta, por esa mezcla de desconsuelo, orgullo y expectación que se aprecia en la mirada de la chica.
«Mediante las palabras, somos capaces de mostrar paisajes y rostros; podemos provocar miedo, compasión, afinidad e, incluso, aliviar sensaciones físicas.»
El día 14 de agosto se publicaba en Babelia esta cuidada reseña de En mitad de la noche un canto de JIRI KRATOCHVYL, por Ignacio Vidal-Folch.
Novela de orfandad
El currículo profesional y editorial de este distinguido narrador nacido durante la ocupación, en el año 1940, en Brno, Checoslovaquia, es característico; muchas profesiones alimenticias, y mucha escritura «para el cajón». Su primera pieza de ficción, La novela del oso, escrita a mediados de los años ochenta, sólo se pudo publicar después de la revolución de terciopelo, en 1990. En esa como en el resto de sus novelas, piezas de teatro para la radio y ensayos literarios, Kratochvyl fue uno de los primeros literatos de su país en postular la novela como «sistema abierto» posmoderno, como un juego narrativo potencialmente infinito y capaz de integrar diferentes estéticas, corrientes narrativas y alusiones intertextuales. En lo argumental, Kratochvyl recrea una y otra vez su propia trágica infancia y su juventud.
En mitad de la noche un canto, su novela más celebrada y primera en ser traducida al español, llega avalada por un montón de premios en su país y en Alemania, y por la opinión de Milan Kundera, que la encomió como «el mayor evento de la literatura checa desde 1990» aunque estos espaldarazos entre colegas sean a menudo deudores de la amistad personal (ambos K. son naturales de Brno) y de la diplomacia, y haya que tomarlos cum grano salis. Por cierto que en el texto se nota la impronta del humor kunderiano: por ejemplo en cierta manera llamativa de salir del relato impersonal para «dirigirse» al lector con la vehemencia de los signos de admiración, y en el recurso a la Historia contemporánea como telón de fondo dramatizador de la peripecia del individuo particular, e incluso en el homenaje-guiño de la escena en que Petr, el joven protagonista, está de pie junto a la ventana, mirando la pared de enfrente y meditando qué pasos debe dar (como Tomás en la primera escena de La insoportable levedad del ser).
El periodo cronológico que abarca es el de la vida del autor hasta la caída del régimen totalitario. El padre del protagonista -igual que el del autor- es un profesor y reputado ornitólogo, acosado por los acontecimientos de 1948, cuando en Checoslovaquia se produjo el que los comunistas llamaron «febrero victorioso» y los demás, «el golpe de Praga»; o sea, las semanas vertiginosas en que los camaradas Gottwald y Slánsky (este último, a despecho de los servicios prestados, sería ejecutado en las purgas cuatro años más tarde), desde el Gobierno de coalición en el que estaban en minoría, entre promesas y amenazas de intervención del Ejército Rojo, que ya había liberado el país de los invasores nazis y se declaraba listo para regresar y «restaurar el orden» coparon el poder. Diseñado en el Kremlin, fue un proceso criminal, pero hay que reconocer la precisión maquiavélica con que se realizó, aprovechando la brutalidad y determinación de unos y el desconcierto e incredulidad de los otros. Lo que sigue ya es historia. Parte del interés de esta novela es que mediante anécdotas, historias de la vida cotidiana, conflictos puntuales y escenas costumbristas -el niño al que se envía a por cerveza para que no escuche una conversación comprometida cruza la página cargado con una jarra espumosa, dejando un reguero sobre la acera-, recrea cómo, paso a paso y sin pausa, el Estado totalitario ocupa los espacios de libertad y doblega la voluntad de los desafectos.
Ya en el mismo año de 1948 comenzó el fenómeno de los emigrados, los miembros de las élites intelectuales que cruzaron clandestinamente la frontera con Alemania, muchas veces dejando detrás a cónyuge y prole, a quienes en mayor o menor medida se les hará purgar la deserción de sus mayores. Este el caso de Petr, el niño protagonista. En mitad de la noche un canto es la novela de una orfandad, del hostigamiento policial que empuja a la madre al suicidio (malogrado) y temporalmente al manicomio, de la añoranza del desaparecido, de las confusas leyendas, fotos borrosas y testigos interesados que sitúan al fugitivo escondido en un sótano en la misma ciudad, en Australia, en América, mientras el hijo crece.
A Kratochvyl le interesa, además, la libertad de fantasía que postula la estética del «realismo mágico»; para no renunciar a sus prodigios que permiten el consuelo de una «justicia poética» sin desfigurar el carácter realista de la novela parcialmente autobiográfica, esta se desarrolla según una forma binaria: los capítulos pares dan la formación de Petr. Los impares, la de Petrik, una contrafigura, proyección mental o versión demoniaca de Petr, dotada de poderes sobrenaturales que le permiten por ejemplo señorear a las bestias, asfixiar a un enemigo aspirando por la cerradura de la puerta el aire de la habitación en que se halla, o medrar cínicamente en la nomenclatura provincial. El cruce puntual de personajes de una a otra historia agrega capas de complejidad a esta notable tragicomedia centroeuropea.
Hoy nos complace presentaros la entrevista de Pilar Adón, autora de El mes más cruel,con Amilibia para La Razón.
«Somos crueles con nosotros mismos»
Pilar Adón Profesión: escritora y traductora. Nació: en 1971 en Madrid. Por qué está aquí: es el Nuevo Talento FNAC de Literatura por su libro de relatos El mes más cruel (Impedimenta).
-El mes más cruel (Impedimenta). ¿Recuerda su mes más cruel? -Fue en la infancia. Lo más cruel y lo más feliz sucedió en la infancia.
-Juguemos. ¿Qué le pasaría a Zapatero en su mes más cruel? -Perdería las elecciones.
-¿Y a Belén Esteban? -Dejaría de salir en la televisión y la olvidarían.
-¿El mes más cruel no es el de la Declaración de la Renta? -Yo creo que son peores las Navidades. Hay que simular felicidad.
-¿El mes más cruel puede ser el de nuestra muerte? -Más cruel es el mes en el que te dicen que te queda muy poco de vida.
-Crueldad: complacencia o falta de compasión hacia el sufrimiento ajeno. ¿Algo que añadir? -Sí: hacia el sufrimiento propio también. Normalmente somos más crueles con nosotros mismos que con los demás. Yo, por ejemplo. Sólo soy cruel conmigo misma.
-El tópico dice que España es cruel... -No lo creo. Es un país compasivo, acogedor y meloso.
-¿El tipo más cruel que ha conocido? -Yo misma. También Hitler, Stalin...
-¿Un torero es cruel? -Sí. Y más crueles son aún los que van a verlo.
-¿Qué le llevaría a ser muy cruel? -Una injusticia muy grande.
-Dice Joaquín Sabina: «Veo telebasura para odiar a la Humanidad»... -Yo no quiero odiar a la Humanidad, por eso apenas enciendo la tele. Porque cuando veo un telediario termino llorando casi siempre.
-Leire Pajín dice que le costaría mucho salir con uno del PP... -A mí, con uno violento.
-Carmen Thyssen: «Si le hago daño a una flor, le pido perdón». -Soy más amiga de las piedras que de las flores. Me gustan las piedras porque duran mucho y llevan muchas vidas en ellas.
-Sus relatos, leo, ofrecen recetas para sobrevivir a la pérdida... -Sólo hay una: dejar pasar el tiempo.
-¿Alguna contra el miedo? -Abrir los ojos y ver más allá.
-¿Y contra la locura? -Buscar un amigo que no te dé la razón.
Es un placer presentaros esta reseña que nos ofrece María José Obiol de La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons, aparecida en Babelia el pasado día 7 de agosto de 2010.
Genial azote humorístico
__________________________________________________ La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons, es una novela que hace casi 80 años satirizó las obras románticas del XIX. Un libro divertido y crítico que llega por primera vez en España ____________________________________________
Cuentan que cuando a Stella Gibbons se le concedió en 1933 el Premio Femina-Vie Heureuse por Cold Comfort Farm (en castellano se ha titulado La hija de Robert Poste), Virginia Woolf se preguntaba quién era la escritora y qué libro era ese. La autora de Las horas parecía haber olvidado que tiempo atrás elogió el trabajo poético de Gibbons en The mountain beast. Suspicacias al margen, lo que sí hubo entre las dos escritoras fue una curiosa coincidencia. Hugh S. Walpole fue el encargado de glosar la obra de Virginia Woolf cuando esta recibió por Al faro, el Premio Femina-Vie Heureuse en la edición de 1928. En el acto de entrega del galardón, Walpole hizo un discurso que él mismo calificó de «lamentable», y Virginia Woolf, a propósito de las palabras que le dirigió el escritor, dejó anotado en su diario: «Dijo lo mucho que le desagradaban mis libros; o mejor dicho lo mucho que temía por lo suyos».
Por su parte, Stella Gibbons convirtió el prefacio de La hija de Robert Poste en una declaración de principios. El prefacio es en realidad una carta dirigida a Anthony Pookworthy, personaje inventado pero que todo el mundo señaló como Hugh S. Walpole, y el texto es una diatriba mordaz e inteligente que ironiza sobre Walpole y otros autores y los compara consigo misma, y argumenta que si ella como periodista (trabajó en el Evening Standard y había escrito varios libros de poemas) había aprendido a decir exactamente lo que quería decir en frases cortas, sabía que para obtener críticas favorables sobre su primera novela debía «escribir como si no estuviera muy segura de lo que quería decir pero estuviera encantada de decir exactamente lo mismo en frases tan largas como fuera posible». También indicaba que los pasajes más «elegantes y literarios» se señalaban en La hija de Robert Poste con un asterisco para de esa manera hacer más fácil la tarea de los críticos. Por ejemplo y sobre la mirada de la adusta Judith Starkadder, escribió colocando el asterisco «... no eran los suyos dos ojos, sino dos cuévanos hundidos entre esas dos buhardillas de hueso sobresalientes, esos dos montículos mortecinos que eran sus mejillas...», y sigue y sigue... Sí, el prólogo, esa carta, ya advierte que La hija de Robert Poste es un azote humorístico dirigido a las novelas románticas y al agobiante pesimismo rural que caracterizaba a algunas de ellas. Es cáustica, divertida con disparatadas situaciones y con un elenco de zumbados personajes cuyas hilarantes obsesiones destierran el aburrimiento de quien lee. El argumento: Flora Poste, huérfana a los diecinueve años, hereda cien libras anuales, ninguna propiedad, una férrea voluntad (por parte de padre) y unas estupendas pantorrillas (de su madre). Flora ha decidido no trabajar y vivir de sus parientes y, entre todos los familiares, elige a los Starkadder, que viven en Cold Comfort Farm, en el condado de Sussex. Conocer a los integrantes del clan Starkadder es un placer que el lector no debe perderse, pues cada uno de ellos posee una peculiaridad que resulta desternillante no sólo por su cualidad intrínseca sino por el modo en que Flora Poste se enfrenta a ellas. Porque lo que Flora pretende, como las heroínas al uso, es redimirlos y lo consigue por caminos insospechados, Stella Gibbons no deja títere (escritor) con cabeza. Allí están parodiados historias, ambientes, paisajes y personajes de Thomas Hardy, Mary Webb, Sheila Kaye-Smith, las hermanas Brontë o Jane Austen (las hermanas Brontë y Austen admiradas por Stella Gibbons). Y está D. H. Lawrence, de quien se dijo que era el Mr. Meyeburg en La hija de Robert Poste. La protagonista de manera inconsciente le llama Mybug «mi pesadilla, mi chinche». Mybug es un escritor obsesionado con el sexo, y convierte un paseo por el campo en una acción libidinosa: una charca es un ombligo, los pedúnculos de las ramas del abedul son símbolos fálicos, y las semillas, ¡ah!, las semillas. Mybug también está empeñado en demostrar que las Brontë no fueron más que unas borrachas y que el autor de Jane Eyre o Cumbres borrascosas es su hermano Branwell. Y está la tía Ada Doom, personaje que no sale de su habitación, con una redención espléndida y cuya frase repetida, «vi algo sucio en la leñera» mantiene en vilo al lector, pues encierra el secreto de los Starkadder. Y qué decir de los libros que inventa Gibbons, como ese manual de autoayuda titulado El sentido común de índole superior o los Pensées del que Flora Poste hace uso nada más llegar a la granja: «Jamás te enfrentes a un enemigo al final de viaje, a menos que sea él quien haya viajado».
La hija de Robert Poste es una novela muy divertida, inteligente y demoledora, y aunque el boca a boca ha funcionado de maravilla, hay que dejar por escrito la recomendación de su lectura y señalar que la traducción de José C. Vales, así como sus explicaciones sobre juegos de palabras y sus notas a pie de página son valiosísimas. Una curiosidad: la autora sitúa la novela en un futuro inmediato, ya que, publicada en 1932, la acción transcurre tras una guerra anglonicaragüense ocurrida en 1946.
El pasado 11 de abril, el Diario de Sevilla publicaba el siguiente artículo sobre las obras de Stanislaw Lem.
A uno puede gustarle más o menos la ciencia ficción, pero lo de Lem es caso aparte. Si siempre las etiquetas son insatisfactorias, pues que reducen la complejidad y los matices de una propuesta literaria a unos cuantos rasgos relativamente pertinentes, lo son más todavía cuando se aplican, de eso se trata aquí, a los autores indudablemente grandes. Y es que al margen de su predilección por la imaginería futurista, la obra del escritor polaco desborda todos los clichés para erigirse como uno de los territorios ineludibles para el aficionado a la literatura fantástica, de su siglo y de todos los siglos. Los editores de Impedimenta están llevando a cabo una meritoria labor de recuperación que comenzó con Vacío perfecto (1971) y prosigue ahora con esta luminosa Magnitud imaginaria (1973), piezas ambas de la fenomenal tetralogía que Lem reunió con el título de "Biblioteca del siglo XXI". La editorial anuncia el rescate de otra entrega del mismo ciclo, Golem XIV (1981), y una nueva edición de la que pasa por ser su obra maestra, Solaris (1961), por primera vez traducida del polaco.
Los cuatro títulos de la "Biblioteca" están formados por prólogos y reseñas de libros inexistentes, al modo minucioso de ciertas memorables fantasías de Borges. "El arte de escribir prólogos lleva tiempo clamando por que se le otorguen títulos de nobleza", escribe Lem, y de nuevo nos viene a la cabeza Borges, con el que el narrador polaco comparte el humor sofisticado, la inquietud metafísica, el gusto por la especulación y por la paradoja. En Magnitud imaginaria, Lem da noticia de cuatro libros inventados: las Necrobias de Cezary Strzbisz, La Erúntica de Reginald Gulliver -nótese el explícito homenaje a la inmortal criatura de Swift-, la Historia de la literatura bítica en cinco volúmenes y la Extelopedia Vestrand en 44 "magnetomos", de los que se ofrece un pliego de muestra. En ellos habla, sucesivamente, de los pornogramas o forma de retratar los actos sexuales por medio de radiografías, del aprendizaje de la lengua inglesa por parte de una colonia de bacterias, de los libros escritos por computadoras que se atreven a continuar a Dostoievski y de una enciclopedia que recoge los hechos que aún no han sucedido. Los cuatro "relatos-prólogo", como los llama en su introducción Roberto Valencia, son un prodigio de ironía e inteligencia crítica, que va más allá de las convenciones del género de anticipación para proponer una revisión del presente en clave de sátira. Disparates, si se quiere, pero no en absoluto inocuos. Con alguna aprensión, vemos que algunas de las improbables fechas venideras -la magna recopilación de la literatura no humana está fechada en París, 2009-, son ya el pasado reciente. En otros casos, el horizonte cronológico es todavía lejano, como en el citado pliego de muestra de la enciclopedia, donde la voz "madre" de un diccionario "predicho" para el año 2190, contiene sólo al final, tras una enumeración de acepciones que se refieren a máquinas dragaminas o bombas de nitrógeno, la melancólica definición: "Mujer que ha dado a luz (arcaic., no se usa)". Estas páginas admirables, tan alejadas del vano cacharrerío de los combates interestelares y demás quincalla retrofuturista, ofrecen menos un pasatiempo para devotos del Sci-Fi que una alta forma -ya se ha dicho- de la mejor literatura fantástica.
En la sección de Cultura del Diario Información, del 31 de marzo al 1 de abril, pudimos encontrar una reseña —bajo el título: Excelente narrativa inglesa— de la obra 'La hija de Robert Poste' de Stella Gibbons publicada en febrero, por la Editorial Impedimenta.
En su constante empeño por dar a conocer lo mejor de la narrativa extranjera clásica y moderna, la editorial Impedimenta da a la luz dos espléndidos volúmenes. Como "la gran apuesta de la primavera" califican sus editores la aparición de "La hija de Robert Poste", de Stella Gibbons (Londres, 1902 - 1989). Publicada originalmente en 1932 y con un amplio eco y reconocimiento por parte de la crítica y el público, ha conocido desde entonces varias adaptaciones cinematográficas -la última, la dirigida en 1995 por John Schlessinger-. Considerada por la crítica como "la novela cómica inglesa más perfecta del siglo XX", relata la repentina situación de orfandad en la que se ve inmersa Flora Poste, una joven de educación burguesa, a quien no le queda más remedio que instalarse en la recoleta Cold Comfort Farm. Regentada por unos parientes de corte rural y tosco, esta granja (sos) tiene una amplia galería de peculiares personajes con los que Flora irá compartiendo anhelos y desvelos, pero a los que no podrá "reducir", ni comprender, y aun menos reorganizarles sus vidas, tal y como es su deseo. El sabio juego de contrarios que realiza la novelista británica, el perfecto cuadro de sociedad que consigue dibujar, la prosa ágil y descarnada que emplea y el sobrio hilo argumental que atrapa y divierte, hacen que esta narración sea un verdadero disfrute para el lector. No en vano, de entre las veinticinco novelas publicadas por Stella Gibbons, no hubo otra por la que alcanzase mayor gloria.
José C. Vales, ha salvado con acierto las complejas dificultades que crea un texto plagado de tanto y tan fino sarcasmo. "La librería", de Penélope Fitzgerald (Linconl, Inglaterra, 1916 - Londres, 2000) descubrió el talento de esta excelente narradora británica, que fue finalista en 1978 del Broker Prize -justo un año después lo obtendría con "La deriva"-, con esta obra que relata las peculiares vicisitudes de Florence Green. Esta voluntariosa protagonista, afincada en Hardborough, un pequeño pueblecito costero -"una isla entre el mar y el río"-donde no hay ni cines, ni tintorerías, ni fish and chips … "porque a nadie se le ha ocurrido pensar en ello", decide comprar un viejo cobertizo y reconvertirlo en librería. A partir de entonces, las satisfacciones son pocas –excepto las polémicas y exitosas ventas de la "Lolita" de Nabokov y la amistad que entabla la propia Florence con su ayudante de diez años, Christine- y los obstáculos, muchos. Su existencia, algo anodina, se transforma en una lucha por la supervivencia comercial y vital, y por demostrar a ese pueblo anclado en la abulia y pesimismo que la vida es algo más que esperar resignados a la muerte. El buen pulso narrativo de Penelope Fitzgerald -al que ayuda la certera traducción de Ana Bustelo- y el modélico retrato psicológico de los diferentes personajes, convierten esta novela en una pequeña joya, rescatada y servida en bandeja para aquellos amantes de la mejor tradición británica de este género.
En La comunidad de ElPaís.com encontramos una reseña, escrita el 17 de marzo por Corto Cortés, sobre la obra de Stella Gibbons 'La hija de Robert Poste' publicada por Impedimenta el pasado mes de febrero.
LA HIJA DE ROBERT POSTE: Stella Gibbons
Si usted, improbable lector, es un entendido en literatura inglesa del siglo XVIII y XIX léase la nota del traductor y el prologo antes de leer esta novela. En caso contrario no lo haga, léalos una vez terminada. Se lo digo porque este libro es muy divertido, se lee con facilidad y a una persona de cultura media, como yo, le es fácil pillar las ironías y segundas intenciones contenidas en él. La nota del traductor asusta y parece que solo sabiendo mucho de literatura inglesa se va a entender la novela.
Flora Poste, con 19 años, se acaba de quedar huérfana. No lo siente demasiado porque sus padres no pasaban mucho por casa. Está viviendo con su amiga, la señorita Smiling, y le cuenta que sus planes no tienen nada que ver con trabajar y ganarse el sustento. Flora recibe únicamente 100 libras mensuales, solo eso le ha quedado de la herencia de sus padres. Decide que va a mandar cartas a sus parientes para que la acepten en su casa y así vivir de gorra toda su vida. Solo dentro de 30 años empezará a escribir una novela y mientras recopilará información para ese libro. Lo tiene todo muy claro.
Flora quiere, como en los libros de Jane Austen, que todo esté ordenado y todos sean amables a su alrededor.
En la página 27 Flora cuenta que en el colegio interno la maestra le preguntó un día por qué no quería participar en los deportes como las otras chicas, por qué se esforzaba tan poco y con su respuesta describe sus intenciones en la vida:
Así que le dije que, bueno, la verdad era que no estaba muy segura, pero que en términos generales me gustaría que todo a mi alrededor estuviera ordenado y tranquilo y que no me molestaran mandándome hacer cosas, y poder reírme con la clase de chistes que otras personas no consideran en absoluto divertidos, y que no me pidieran expresar opiniones sobre cualquier cosa (como el amor, y “¿no te parece fulanita un tanto peculiar?”).
Flora escribe cuatro cartas a sus familiares más cercanos. Después de recibir las respuestas se decide por la granja Cold Comfort de los Starkadder. Su tía Judith le habla de unos derechos que Flora no conocía y que podría reclamar. Flora acude intrigada.
El choque entre las costumbres de Flora, una chica de ciudad bien educada y los habitantes de la granja, bastante asilvestrados, es brutal. La familia está formada por la tía Judith y el tío Amos y sus hijos Seth, Elfine y Reuben.
Lo primero que le ocurre en la granja es el parto de la criada que cada primavera, a causa del “florecer de la parravirgen” queda embarazada. Ya va por el cuarto niño y, claro, “no se puede obrar contra la naturaleza”. Flora la introduce en las “artes de la contracepción”.
Los miembros de la familia Starkadder son todos muy peculiares
Pág. 124
Frustrado Reuben entró.
Se quedó de pie junto a la mesa, enfrente de Flora, soplando pesadamente el té y con la mirada clavada en la joven. A Flora no le importó. Resultaba bastante curioso: era como tomar el té con un rinoceronte. Además, en alguna medida, sentía bastante lástima por él. Entre todos los Starkadder, parecía como si a Reuben le hubieran correspondido los desperdicios emocionales de la vida. Después de todo, a cada uno de los miembros de la familia le había caído en suerte algún tipo de pasión. Amos tenía la religión, y Judith la pasión por Seth; la de Adam (el empleado de la finca) era la crianza de sus animales, y Elfine disfrutaba de la suya bailando y correteando por las colinas entre la niebla, ataviada con aquel abrigo verde tan raro, mientras que Seth, por su parte, se entregaba a sus enredos con las mujeres. Pero Reuben, simplemente, parecía que no tenía pasión por nada.
Me parece divertido como la autora resalta el contraste entre Flora, limpia y siempre con el control de sus actos, y sus primos sucios y arrastrados por sus pasiones. Veo en ello una auto-burla de esa forma de ser de muchos ingleses cuando se comparan con los latinos.
Un personaje que cobra importancia en la segunda parte de la novela es la tía Ada, la abuela. Una de sus funciones es el “Recuento” anual:
Pág. 262
- ¿Qué demonios es eso del “Recuento”?- dijo Flora malhumorada, mientras cruzaba el patio-. ¿Y por qué, en nombre de todo lo que no se puede nombrar, hay que hacer el maldito “Recuento a la una y media de la madrugada?
- Es el registro familiar; la abuela lo hace todos los años. Verás…todos nosotros, los Starkadder, somos una gente algo…problemática. Nos tiramos los unos a los otros a los pozos. Algunos se mueren al nacer. Y hay otros que se mueren por la bebida o que se vuelven locos. Y es que somos un montón, nosotros, digo. Es difícil llevar la cuenta. Así que una vez al año la abuela baja y hace una reunión, que llamamos el Recuento, y ella nos cuenta a todos para ver cuántos de nosotros nos hemos muerto en el último año.
La abuela pasa la segunda parte de la novela repitiendo; “¡Vi algo sucio en la leñera!”
Hay también un escritor un tanto estrambótico llamado Mybug (mi parásito) [que según el traductor es una burla de T.H. Lawrence] que tiene teorías como que Cumbres borrascosas no lo escribió Emily Brontë, sino su hermano, porque: “ninguna mujer podría escribir algo tan bueno”.
Amos, el padre de la familia, predica dos veces por semana en la “Hermandad de los Benditos Estremecimientos” y cuando ve a Flora hablando con el escritor en una taberna directamente la llama “prostituta”. Todo un caballero, el tío Amos.
La novela permite una lectura relajada y divertida pero yo soy un pesado y he investigado la vida de la autora. Stella Gibbons (Londres 1902-1989), escritora poeta y periodista, tuvo una infancia desgraciada a causa del espíritu violento de su padre: “Un mal hombre pero un buen médico”, que pegaba a su madre, le era infiel y llegó a lanzarle un cuchillo. Además abusaba del láudano y el whisky y fantaseó con el suicidio. Esto me lleva a pensar que esta novela fue un desahogo de la señora Gibbons. A través de sus personajes sacó sus demonios familiares y quizás gracias a ese psicoanálisis literario pudo vivir feliz junto a su marido, el actor y cantante Allan Webb, toda su vida. Pero esto, claro, son suposiciones mías.
Esta novela es una maravilla aunque sea leída en fotocopias. Pero tenemos la suerte de que ha sido publicada por Impedimenta. Esta editorial lleva años sacando los libros más elegantes y mejor editados del mercado español. Si tiene en sus manos un libro de Impedimenta lo mejor que puede hacer es leerlo, pero además se pueden hacer más cosas. Una de las más divertidas es desnudarlo. Si, desnudarlo. Puede quitarle la cubierta y verán que la portada es aun más bonita. Para un fetichista de los libros -confieso, lo soy- no hay nada mejor que una buena edición. Eso nos trae Impedimenta.
Fantasymundo publica críticas literarias sobre dos obras de Impedimenta.
6 de abril del 2010 por Alberto González.
Magnitud Imaginaria
Sólo la idea y la extremadamente original manera de llevarla a cabo por parte de Lem merece llevarse la atención de los lectores más atrevidos.
'Solaris' es para muchos razón única para la beatificación literaria de la Ciencia Ficción. Aún así Stanislaw Lem dejó en esa novela sólo retazos de su finalidad como escritor: su faceta filosófica. Son sus libros obras maestras de la literatura contemporánea a la vez que grandes tratados filosóficos de hondo calado social. Stanislaw Lem (1921 – 2006) es un superviviente. Vivió y resistió con tesón la invasión alemana. Sufrió también de la censura soviética en sus tierras e incluso de la terquedad yanqui ya en sus años últimos. Y entre medias, siempre sonriente, nos regaló a todos suficientes obras como para saciar nuestra hambre literaria durante meses. La mayoría de ellas se engloban en los cánones clásicos de la ciencia ficción más pura, en dónde destacamos, como no, 'Solaris'. También dibujó retazos filosóficos y metaliterarios en otros tantos de sus trabajos. Y realizó sin despeinarse uno de los experimentos lingüísticos más asombrosos de los últimos tiempos: la Biblioteca del Siglo XXI, conjunto de obras en la que se da cita el libro a comentar: 'Magnitud Imaginaria' (Impedimenta, disponible en FantasyTienda).
Publicada por primera vez en el año 1973 es en esta edición de Impedimenta en donde la obra sube el peldaño que quizás le faltaba. La editorial rompe sin reparos los pobres cánones establecidos en la literatura de bolsillo. Dota a la obra de carácter propio, le regala una portada a la altura del genio polaco, nos abruma con páginas de agradable tacto y nos inunda de pequeños detalles como la impresión a color de algunas páginas o un prólogo de gran nivel escrito por Roberto Valencia. Todo un lujo que haría tiritar al más completo de los libros electrónicos.
"Cuatro prólogos de no-libros, en la cual el autor nos somete por partes iguales a competiciones intelectuales y a momentos de auténtica locura y diversión literarias envuelto
en una exquisita edición en Impedimenta"
'Magnitud Imaginaria' es la historia de una idea de altos vuelos, de un asombroso ¡cómo es posible que esté leyendo esto! y de otra demostración polaca del arte hecho palabras. 'Magnitud Imaginaria' es, os lo creáis o no, un libro de prólogos. Es, os lo creáis o no, una recopilación de introducciones literarias de libros que nunca se han escrito ni nunca se escribirán. Es, como lo podéis ver, una verdadera colección literaria de gusto exquisito. Aparte de la idea, ya de por sí atrayente, Lem logra articular una serie de juegos intelectuales de gran nivel. Cuatro prólogos y un prólogo de prólogos son los que recorren las 140 páginas de la edición.
Prólogos que, además, juegan con la forma literaria y no sólo con el fondo, creando pequeños bocetos enciclopédicos o incluso delirantes tratados y ensayos científicos, todos inspirados en un futuro siglo XXI del que Lem, como es lógico, nunca había oído hablar allá por los 70. Resumiendo argumentos, el experimento habla de lo siguiente:
• De cómo realizar pornografía con rayos X.
• De cómo los ordenadores son capaces de escribir obras literarias de alto nivel.
• De cómo un científico consigue que ciertas bacterias se comuniquen con el hombre en código Morse, incluso adivinando el futuro (quizás el más entretenido de los cuatro).
• De cómo es posible realizar y vender una enciclopedia en la cual se pueden encontrar no sólo aspectos e historias pasadas, sino futuras (y con una probabilidad de éxito de más del 99%).
En resumen, cuatro prólogos de no-libros, en la cual el autor nos somete por partes iguales a competiciones intelectuales y a momentos de auténtica locura y diversión literarias envuelto en una exquisita edición de Impedimenta (en la cual podréis encontrar también el primer tomo de esta Biblioteca del Siglo XXI llamado "Vacío Perfecto"). Sólo la idea y la extremadamente original manera de llevarla a cabo por parte de Lem merece llevarse la atención de los lectores más atrevidos. ¿Podrás resistirte?
9 de abril del 2010 por Fco. Martínez Hidalgo.
El Rival de Prometeo
Un libro imprescindible por lo fascinante de su mensaje,
y por la calidad del trabajo que lo acompaña.
En Fantasymundo seguimos empeñados en que conozcas un poco más el interesante proyecto editorial de Impedimenta. De forma que accedas a sus obras y novedades, así como a las profundidades de unos títulos extraordinarios tanto en su selección, pues pertenecen al club de los injustamente olvidados y que por justicia y méritos propios debieran estar en nuestra memoria colectiva; como su edición, cuidada hasta el extremo de garantizarte una experiencia placentera.
Hoy traemos a nuestro escaparate virtual un libro que, aunque ya tiene un año, representa, por la temática general de nuestra página, una referencia ineludible y de presencia obligatoria en las bibliotecas de todos los que nos seguís: "El rival de Prometeo. Vidas de autómatas ilustres" (disponible en FantasyTienda); que además inauguró la colección “El panteón portátil de Impedimenta”.
"El tan convencional extrañamiento, habitual y recursivo en muchas obras de Ciencia Ficción en cuanto fuente de desconfianza y temor, deja paso a la necesidad, a la inevitabilidad de la máquina como plataforma necesaria para la humanidad."
Esta obra, organizada en cuatro partes, con una exquisita selección de textos por parte de Marta Peirano, y en edición conjunta con Sonia Bueno Gómez-Tejedor, traza con línea certera el camino intelectual que relaciona al hombre con la máquina. Y no se deje el lector engañar por la presencia (por otro lado inexcusable) de los “autómatas”, semánticamente limitados a los ingenios antropomórficos que únicamente reproducían los movimientos humanos –significado curiosamente extendido con posterioridad hasta definir a las personas fantoche o dirigidas por otras de mayor entereza y aplomo, ¡he aquí el poder de la criatura sobre su creador!
Este ‘ensayo de ensayos’ llega hasta la misma reflexión ético-filosófica contemporánea que, alrededor de los avances traídos por neurociencias o la consolidación de áreas como la psicología evolutiva o los enfoques cognitivo-computacionales, especula con la posibilidad de reproducir y/o proyectar la mente humana hacia el futuro a través o en las máquinas; pensamiento excelentemente representado en, por ejemplo, la obra de ficción de Greg Egan.
Otro mérito, que no podemos dejar de destacar, se encuentra en la capacidad para transmitir la fascinación, el misterio, el ansia con el que el hombre ha vivido, a lo largo del tiempo, su relación con la máquina. En consecuencia, la idea de “ Prometeo” no se limita al rol mitológico de la persona-creadora-y-todopoderosa, metafóricamente articulada sobre la imagen del constructor, a su vez tan próxima a la misma imagen de Dios.
Aquí Prometeo alcanza la transcendencia en la eternidad, la proyección del ser humano a dimensiones más allá de las físicas a través de la máquina. El tan convencional extrañamiento, habitual y recursivo en muchas obras de Ciencia Ficción en cuanto fuente de desconfianza y temor, deja paso a la necesidad, a la inevitabilidad de la máquina como plataforma necesaria para la humanidad.
Con lo hasta aquí dicho queda clara la excepcionalidad y extraordinario interés de "El rival de Prometeo. Vidas de autómatas ilustres". Aunque, para evidenciarlo todavía más si cabe, podemos citar aquí a alguno de los autores incluidos en el libro: Diderot y D’Alembert, Voltaire, Poe, Asimov, Turing… Una excelsa lista de nombres que, aunque ya por sí solos son capaces de decirnos mucho, nada sería comparable al mensaje que transmiten reunidos en un excelente trabajo (insistimos) de Sonia Bueno y Marta Peirano.
Un libro imprescindible por lo fascinante de su mensaje, y por la calidad del trabajo que lo acompaña.