martes, 23 de marzo de 2010

"El jardín de los suplicios"

En un artículo de la web HERALDO.es, el 18 de marzo, Daniel Nesquens habla sobre la publicación de "El jardín de los suplicios".

El escritor Octave Mirbeau, de actualidad ahora en España. HA

Escritor, periodista, crítico de arte, novelista, dramaturgo; anticlerical, anarquista, francés… Octave Mirbeau (1848-1917) debuta, después de un tiempo ejerciendo como negro literario, con ‘El Calvario’ (1886). Dos años después escribe ‘El abate Julio’. Sigue publicando con regularidad y es en 1899 cuando aparece ‘Memoria de George el amargado’, también disponible en el catálogo de Impedimenta, y ‘El jardín de los Suplicios’; obra que constituye un escándalo mayúsculo dentro de la sociedad francesa y que cosecha de forma inmediata un notable éxito acomodando a novela y novelista dentro de esa nueva corriente artística, filosófica y literaria que es el Decadentismo.

Pasado más de un siglo (pueden hacer la cuenta exacta) volvemos a un estancamiento económico y a un desánimo corrosivo. Progresamos en nuestra zozobra social y huimos y caemos al mismo tiempo dentro de nosotros mismos. Tal vez por ello la editorial Impedimenta haya rescatado con notable acierto este collage literario. (Y lo mismo hace El Olivo Azul). Tal vez por ello Lluís María Todó, novelista, crítico haya decidido traducir, estupendamente, esta obra considerada como una de las mejores novelas del decadentismo francés.


La capacidad de corromper

Dividida en tres tercios claramente diferenciadas, cronológicamente situados a finales del siglo XIX, en pleno caso Dreyfus como nos señala el editor, el rebelde Mirbeau nos propone en esta primera parte denominada ‘Frontispicio’ sentarnos a la mesa junto con varios amigos y degustar una velada sincera sobre el asesinato y la obligación innata de asesinar. “el asesinato es la necesidad más imperiosa de la vida civilizada”, asegura un sabio darvinista asistente a la tertulia con la que da comienzo el libro. Párrafo a párrafo el resto de contertulios se va retratando hasta llegar a un hombre de rostro desfigurado que, después de varias frases muestra un rollo de papel y pide permiso para dar lectura al relato titulado ‘El Jardín de los Suplicios’.


La segunda parte de la novela y primera del relato del joven nos narra los orígenes de un hombre involucrado de forma continua en una secuencia de turbios e ilícitos manejos políticos siempre a favor de un amigo “ese bandido de Eugène” que atenaza el cargo de ministro de la República.


Amistad comprometida que llega a su término en forma de viaje al otro extremo del mundo con el fin de poner tierra de por medio y apaciguar las cenizas del pecado ministerial. Es en ese viaje, a bordo de un paquebote, en donde el oscuro narrador conoce a un gentilhombre (sustantivo que nos hace evocar otras lecturas) y a varias personas más. Entre ellas a una inglesa: Miss Clara. Y claro, el narrador se enamora de esta vidriosa mujer amante del Oriente, detractora del Occidente. Evidentemente, llevado por este amor, el corrupto cambia su destino en pos de un Oriente “libre, feliz, total, sin convicciones, sin prejuicios, sin leyes…”.


Un vacío nos hace saltar de la segunda a ‘El jardín de los Suplicios’, o tercera parte de este libro-collage que es en sí la novela. Un resquicio que nos va a permitir respirar y tomar aire unos minutos para adentrarnos en el momento más formidable del libro, en el Jardín como tal. Y en un jardín, si se observa a conciencia, hay de todo. Ya en China, Clara propone al anónimo narrador un paseo por el penal situado al otro lado del río. “Ya verás cómo es apasionante… ¡Tan apasionante! No puedes hacerte una idea, amor mío. Y cuánto te amaré esta noche… Qué locamente te amaré esta noche… Traga, corazón, anda, traga”, dice ella con un oscuro brillo en los ojos. Brillo convertido en narración, destello que nos engatusa y nos hace recelar…
¿Tendrá arrestos el convulso enamorado para seguir a lady despiadada Clara en la excursión a semejante penal? Los tendrá. Los justos, pero los tendrá. ¿Los tendrá el lector? Espero que sí. Merece la pena. Se alza el telón sobre el jardín y comienza el paseo por el filo de la navaja.


Paseo de enamorados, paseo desbocado y deslumbrante. Movimiento y bullicio. Espectáculo insospechado para el narrador, que no para ella. Aguas pestilentes, peces destripados, aves purulentas, cerezos en flor. Varillas de hierro al rojo vivo, jirones de carne, hemerocalas anaranjadas. Manos ensangrentadas, testículos retorcidos, pétalos caídos de un membrillo cercano.
“El suplicio de la rata” (no entraré en detalle) y “un pájaro totalmente amarillo, con una larga ramita de algodón en el pico”, nos narra Mirbeau a dos manos, prodigándose en el vértigo del detalle, sabedor de su potencia narrativa.


El amor y la muerte. La atracción y la repulsión frente a frente. La autodestrucción. Sangre, sudor y sexo. O fango, sudor y lágrimas. Siempre sudor. Denso. Sin respiro.


Paseo de ida y vuelta. Un descenso a los infiernos. Un infierno delicioso y torturante. Un regreso apresurado donde nada habrá cambiado.”Nunca más”, afirma miss Clara a punto de quedarse dormida, después de su apasionado arrobamiento, sabedora de que ocho días después, afortunadamente, me atrevo a decir, el espasmo se repetirá.


¡Ssssh! El libro se cierra y todo queda amortiguado, incluso el preciso lenguaje, rebosante de libertad, sin límites ni concesiones de un Mirbeau más simbolista que decadente, incluso.
¡Ssssh! Abra el libro. El relato se llama: ‘Le Jardín des Supplices’.

No hay comentarios: