Wharton utilizó sus contactos no para alejarse de las zonas de conflicto, sino para acercarse lo más posible a la primera línea de combate. En una época donde los corresponsales extranjeros estaban vetados en el frente, ella pudo ver, escuchar, oler todas esas infamias y heroicidades que desfilan en la macabra rutina de la batalla.
En esos primeros meses de lucha, Wharton emprendió media docena de expediciones a las entrañas de la contienda. Sus impresiones quedaron recogidas en una serie de artículos, publicados por la revista 'Scribner's' y que más tarde integrarían el volumen 'Francia combatiente'. El libro regresa ahora a las librerías españolas con traducción de Pilar Adón e introducción de Yolanda Morató.
Enrique Redel, director editorial de Impedimenta, afirma que la obra "es ahora mismo la niña de nuestros ojos, y lo cierto es que está funcionando tremendamente bien en la Feria del Libro, que además este año tiene a Francia como país invitado".
Wharton comienza luego su intrépido periplo. Busca el rastro de la pelea, persigue la cola de ese Abadón que desprende aroma a pólvora, miedo y sepultura. En Argonne y Alsacia, en Lorena y los Vosgos, la escritora descubre la huella de la guerra. Y revela un abanico de impactos anímicos: desde la incertidumbre y el terror hasta el coraje y la épica.
En la narración de Wharton conviven el amargo retrato de la destrucción y la exaltación de la causa francesa. La autora escribe que, a su triste manera, la guerra fortalece el espíritu de personas anónimas: "Se trata de un maravilloso ejemplo de la rapidez con que la determinación es capaz de modelar el rostro humano [...] Ahora todos ellos, por insignificante que sea su cometido, participan en la consumación de una gran tarea. Y lo saben".
Expedición a las entrañas de la batalla
No le falta razón. Escrita como un cuaderno de bitácora, 'Francia combatiente' sumerge al lector en los paisajes y las sensaciones de una nación arrojada a las fauces de la pesadilla. Wharton comienza describiendo la noción de irrealidad que impera en los prolegómenos bélicos, cuando el horror aún no ha conquistado el inconsciente del pueblo. Habla de un París embellecido por los caprichos estivales, de cafeterías y teatros rebosantes de vida. A escasos kilómetros de distancia se decide el futuro de Europa, pero la única pista de la sangre derramada son los funerales en los Inválidos.
Wharton comienza luego su intrépido periplo. Busca el rastro de la pelea, persigue la cola de ese Abadón que desprende aroma a pólvora, miedo y sepultura. En Argonne y Alsacia, en Lorena y los Vosgos, la escritora descubre la huella de la guerra. Y revela un abanico de impactos anímicos: desde la incertidumbre y el terror hasta el coraje y la épica.
En la narración de Wharton conviven el amargo retrato de la destrucción y la exaltación de la causa francesa. La autora escribe que, a su triste manera, la guerra fortalece el espíritu de personas anónimas: "Se trata de un maravilloso ejemplo de la rapidez con que la determinación es capaz de modelar el rostro humano [...] Ahora todos ellos, por insignificante que sea su cometido, participan en la consumación de una gran tarea. Y lo saben".
Wharton logró infiltrarse en el corazón de la batalla, tanto en el plano material como emocional, desnudando los pensamientos de los implicados a través de sus propias reflexiones. Al final del conflicto, Wharton fue condecorada con la Cruz de la Legión de Honor, pero su auténtica recompensa es la permanencia de 'Francia combatiente' en las estanterías. Su testimonio de la Gran Guerra, vital e introspectivo, ha trascendido el tiempo.»
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