lunes, 12 de noviembre de 2007

«La pulga de acero» de Leskov en ABCD

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Publicado en ABCD (10 de noviembre)

LOS JUSTOS, por Almudena Guzmán

La altura excepcional del que podríamos calificar como «sexteto de oro» -Pushkin, Gógol, Turguéniev, Dostoievski, Tolstói y Chéjov- ha acaparado inevitablemente la atención de editores, lectores y estudiosos en detrimento de otros notables escritores rusos del siglo XIX, y por eso es muy de agradecer que, de unos años a esta parte, varias editoriales españolas estén sacando a la luz nombres como el de Nikolái Leskov (1831-1895), del que Maldoror e Impedimenta han editado, respectivamente, dos relatos: El pavo real (1874) y La pulga de acero (1881).

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Virtudes cristianas.
El Zurdo de Tula, el artesano protagonista de La pulga de acero, es otro de los «varones justos» de Leskov. La anécdota argumental de este delicioso relato, que tiene toda la frescura y la gracia de los cuentos populares, y del que quizá se puedan rastrear reminiscencias de Los autómatas, de E. T. A. Hoffmann, es una pulga mecánica de acero regalada por los ingleses al zar Alejandro I; años después, el zar Nicolás I repara en ella y le ordena al atamán cosaco Platov que la lleve a los artesanos de Tula para que superen en ingenio a los ingleses, proeza que consiguen realizar poniéndole herraduras a la minúscula pulga inglesa; el Zurdo de Tula, que riza el rizo de la maestría ya que es él quien ha puesto los clavos que sujetan las herraduras, es el encargado de acompañar a Platov a Londres para enseñarles el prodigio a los ingleses.
Durante todo este cuento, lleno de pullas recíprocas entre rusos e ingleses, se hace hincapié en las virtudes cristianas de los habitantes de Tula: «El hombre de Tula es un gran devoto, lleno de fervor eclesiástico» (p. 60), «Nuestra ciencia es sencilla -contesta El Zurdo a los ingleses-: se basa en el Salterio y el Polusonnik (libro de interpretación de los sueños), de aritmética no tenemos ni idea» (p. 96). Y, para contrastar el sentido práctico de El Zurdo y ridiculizar la indolencia de la nobleza ilustrada, el personaje del conde Martin Chornishev hace oídos sordos a la petición del médico Martín-Solski para que lo reciba el soberano, puesto que El Zurdo, antes de morir, le ha informado de un descubrimiento esencial: «Los ingleses no limpian los cañones con (polvo) de ladrillos; así que no lo hagan aquí tampoco» (...). Pero «al soberano no se lo dijeron, y la limpieza continuó haciéndose tal y como se hacía hasta la campaña de Crimea. Por aquel entonces, cuando cargaban las armas, las balas quedaban holgadas, porque seguían limpiando los cañones con (polvo) de ladrillos» (p. 119).

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